Angeles Stereo

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Estamos presenciando el Mundial y con todas las herramientas tecnológicas que hoy se aplican a este hermoso deporte, la vergüenza no tiene rostro pero si unas siglas inmensas que se destiñen desde hace años, intentando recomponer una imagen que se sigue estropeando a grandes zancadas: FIFA.

No hablaré de las proezas de los chicos o la vergüenza de los grandes por lo hecho o no en el rectángulo de juego al concluir la fase de grupos, porque esa es la esencia de este maravilloso deporte y es así como los anales de la historias detallan lo que con el paso del tiempo se convierte en leyendas o anécdotas deportivas, cuando el resultado surge del esfuerzo, la garra, la habilidad y los límites que permite el reglamento.

Todavía no es hora para hablar de un “Maracanazo”, por ejemplo, o de cualquier otra maniobra épica que valga la pena destacar, pero sí es hora de subrayar la manera vulgar y baja como los árbitros y la tecnología moderna están golpeando la competición atentando no solo contra la esencia del deporte en sí, sino añadiéndole una sombra que raya con el delito o lo pecaminoso cuando el propósito de todas estas novedades es, precisamente, evaporar cualquier mancha o duda en materia disciplinaria.

Uruguay se fue a casa por un sinvergüenza llamado Daniel Siebert, de origen alemán, quien decidió que un penal claro, evidente, apegado a la regla y sin discusión alguna, no lo era sencillamente porque a él, y su maldito criterio arbitral, que es el que mata y golpea el deporte, no le dio la gana de confirmar lo que el video revelaba.

En el partido de Túnez y Francia, que empató indebidamente el campeón defensor en el último suspiro, el central neozelandés Matthew Conger reinició el encuentro desde la mitad de la cancha sin recibir la confirmación del VAR sobre si el gol era legítimo o no. Pues resulta que este “olvidadizo” central no solo rompió el reglamento de un tajo al anular la diana segundos más tarde cuando el balón estaba ya en movimiento, sino que atragantó a los aficionados franceses que se fueron a la nevera para buscar un refresco en la pausa comercial que la televisión nacional había hecho en ese momento, asumiendo que después del reinicio del compromiso llegaría el pitazo final, pero resulta que cuando se sentaron para ver el resumen del duelo se encontraron con que su selección al final, para sorpresa general, había perdido. Menos mal que este “pequeño olvido” no afectó a nadie en particular, gracias al gol de último minuto que había marcado el conjunto de Australia en su compromiso contra Dinamarca y que le permitió avanzar en la prueba.

Pero lo más penoso hasta el momento (porque quién sabe qué más podamos apreciar), así hoy intenten justificar lo inadmisible, apegados a criterios estúpidos y ridículos que marca una tecnología que bien pueden ellos manipular, es el gol que le validaron a los japoneses frente a España tras 24 horas de un silencio culposo que hubo antes de publicar alguna explicación. Nada de estos milimétricos detalles (como también es inadmisible la supuesta ventaja en el fuera de juego por una uña o dos juanetes) pueden quitar el malestar que hoy acompaña a los alemanes que fueron perjudicados directamente por esta situación, o la suspicacia que ha despertado la sorpresiva derrota de los españoles quienes ahora se ven como “cobardes” al desear evitar todos los posibles rivales en caso de haber terminado primeros e invictos. Es más, el hecho de que el sudafricano Víctor Gomes ni siquiera haya visto la acción y se haya atenido solo a lo que le decían en la oficina del VAR, es hoy otro tema para debatir en dónde está el mando en un partido.

La tecnología en el fútbol tiene que servir para simplificar criterios y dejar en el ambiente una sensación de que en la cancha gana el que mejor haya hecho las cosas, así en las libretas de apuntes no sea el favorito. No puede ser que después de tantos lustros puteando de manera repetida y constante a las santas madres de los árbitros del mundo, hoy sigamos viendo que son ellos, los encargados de impartir “justicia”, los que confirmen dos cosas: la primera, que la tecnología debe seguir presente en un millonario deporte cuestionado por serias malicias, y la segunda es retocar el reglamento para eliminar algunos conceptos que confunden la lectura de las normas y mucho más su bendita interpretación, especialmente cuando en ambos casos siempre estaremos dependiendo de lo que el débil criterio humano determine.

*Fuente (https://jairocastrillonescritor.org/)

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